GETXO - L06.NOV.2MIL6
Me he levantado pronto, con una idea (léase: pregunta) rondándome la cabeza: ¿puede ser que sea verdad que me estoy volviendo más y más intransigente con los años? Lo que ahora, a mis 23 años, me parece algo inconcebible, de mala educación y totalmente fuera de lugar, hace unos años me hubiera parecido “mal” sin más. Hace unos años, nada me hubiera parecido tan repugnante como para calificarlo así, con esa palabra tan rotunda y dolorosa.
Hace tiempo que me vengo fijando en algunas personas que venden / dicen / aseguran (táchese hasta quedarse con el que se crea procedente) ser de una manera y luego son otra; esto es, digo A y hago B. Esas personas que prometen ser integras, preocupadas por los demás, e, incluso, amantes de la verdad y del respeto para con los demás, pero que luego, son manipuladoras, egoístas e, incluso, amorales. Y sí, lo pienso así, “amorales” (volvemos con palabras rotundas).
Pero, por otra parte, ahora, a los 23 años (de nuevo, la edad), me doy cuenta de mi reacción frente a estos actos, frente a estas afrentas. Y, gracias a Dios (o Diosa, allá cada cual, no nos metamos en berenjenales de los que no sepamos salir), mi reacción es una inocua e insípida indiferencia, en el sentido de que en el momento en que me siento ofendido, borro a esa persona de mi vida, y sigo adelante. Lo difícil de esta reacción es el compartir personas o cosas con dicha persona, pero, a veces (la mayor parte de ellas), es mejor no creer en la diplomacia. Yo esta la uso con las personas que ni me van, ni me vienen; y, no con aquellos que me han ofendido a mí, o lo que es peor, a aquellos a los que amo.
Releo estas palabras y me percato de lo duro y lo rotundo de mis manifestaciones, pero, también, de lo calculadas que son estas palabras, pues éstas son fruto de una meditación intensa y analítica de lo que en estos últimos meses he ido viviendo. Mentiría si dijera que no duele, más que nada porque estas personas que ofenden suelen ser personas en las que se ha confiado, aunque sea mínimamente, lo que lleva a una posición un tanto dura y difícil.
Hace poco se me calificó de cerrado en lo respectivo a mis relaciones interpersonales, y estoy totalmente de acuerdo, a pesar de mi más que conocida extroversión respecto a lo banal y lo superficial, soy una persona cerrada y centrada en un círculo muy cerrado de amistades. Es verdad que no soy de esas personas que demuestran sus sentimientos más íntimos en público, y también es verdad que tengo una manera muy personal y muy especial (esta es el sinónimo que se usa para decir, educadamente, “una manera rara”) de afrontar las relaciones interpersonales. Esta reflexión sobre mi introversión respecto a mis sentimientos me recuerda que, hace poco, no han pasado ni seis meses todavía, una ruptura amorosa con muchas aristas, muchas explicaciones no dadas, muchos sentimientos encontrados, me llevo a una depresión profunda, pero no creo que nadie llegue a saber hasta que punto me hundió (y me hunde todavía) esta situación. Y, volviendo al tema que nos compete hoy, creo que queda más que justificada mi “cerrazón” cuando muchas veces estas confianzas son traicionadas (palabra rotunda, de nuevo) de esta manera. Más vale solo que mal acompañado, que se dice por ahí.
Será que vivimos en un mundo lleno de medias verdades, en el que las palabras no tienen verdadero valor, y volviendo sobre el poder de las palabras rotundas que ha sobrevolado el texto de hoy, creo necesario tener que decir que se ha de saber elegir bien las palabras, hay que tener cuidado al elegirlas, al usarlas, al decirlas. No es lo mismo “amigo” que “conocido”, a pesar de que muchos las usan cual sinónimos; tampoco es lo mismo “te quiero” que “me caes genial” o “me pareces divertido”. El poder de las palabras y sus significados es algo que no debemos subestimar, ni olvidar.
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